La resistencia pacífica -incluso canalizada mediante mecanismos de
participación reconocidos constitucionalmente- es una alerta que deberían escuchar
los gobiernos. Esa alerta advierte que
en las decisiones públicas y en las normas jurídicas que luego se producen para
respaldarlas, hay algo que no va
bien.
Ese algo se refiere a la
legitimidad de las medidas estatales. Ese algo
es un parámetro que mide la
legitimidad en términos de afectación desproporcionada de derechos que la gente
no está dispuesta a negociar. Derechos que se entienden conquistados y cuya
estabilidad ha costado siglos de generaciones reivindicándolos y ejerciéndolos con
terquedad.
Colombia ofrece un ejemplo interesante en el campo de las decisiones referentes al sector minero.energético. La resistencia popular frente a
algunos proyectos ha puesto en evidencia que la re-centralización de competencias
que debían permanecer en la periferia desconoce gravemente el principio
democrático.
Entre los casos que han interpelado al gobierno con más fuerza se encuentran
el de las comunidades de Santurbán que se oponían a la minería en ese páramo,
uno de los más ricos del país en recursos hídricos; o los de las consultas
populares de Piedras-Tolima y Tauramena – Casanare, pueblos que decidieron en
las urnas su rechazo a una actividad minera y a un proyecto de hidrocarburos
respectivamente.
En todos los casos la gente llama la atención sobre los impactos de las
actividades extractivas sobre su forma de vida. En clave de garantías, la
resistencia de estos pueblos se funda en la necesidad de defender, frente a
decisiones del propio Estado, sus derechos al agua, a la seguridad alimentaria
y a participar en las decisiones de las que depende su destino. En clave social se trata de una llamada de
atención definitiva acerca de la urgencia de re-politizar la economía y el derecho.
En la intersección de esas dos claves, la de las garantías y la política,
se encuentra la reivindicación de los derechos como parámetro de control de las
decisiones públicas. La recuperación de lo que ha sido el motor de la
ciudadanía, la clave del ejercicio democrático y de la identidad del ciudadano como
sujeto político que vigila y fiscaliza a aquél a quien delegó el poder de
gobernar para satisfacer sus necesidades e intereses.
Estos clamores populares buscan revertir la tendencia global que ha
reducido todos los ámbitos de la vida social a asuntos técnicos en los que
solamente pueden adoptar decisiones unos pocos con formación
especializada. Temas con incidencia tan
directa en la vida de una población como los relacionados con el uso de la
tierra han sido alejados de la ciudadanía tras el velo de la tecnocracia y el
economicismo, desde donde se formulan preguntas que desestiman el papel de la
ciudadanía: ¿pero cómo pretenden opinar sobre un asunto que no entienden? ¿Qué
pueden decir sobre los beneficios o perjuicios de la minería si es imposible
que accedan al conocimiento de asuntos técnicos como el del retorno de la renta
minera? O ¿cómo pretenden legitimidad para decidir sobre modelos de desarrollo
que ya están fundamentados en criterios macroeconómicos especializados?, o
¿cómo insisten en decidir sobre impactos ambientales que ya han sido calculados
y serán manejados de acuerdo con ciencias como la ecología y técnicas complejas
propias del derecho y la economía ambiental?
Sobre ese tipo de cuestiones se ha vaciado la tarea
democrática que define a la ciudadanía. Desde esas lógicas, no tiene contenido la labor ciudadana de controlar a los
gobernantes para que su labor responda a los derechos y valores fundamentales
de la Constitución, y no a criterios lejanos a la lógica democrática.
Los discursos y narrativas oficiales han terminado por presentar el ejercicio de la ciudadanía como si fuese un arma contra la seguridad jurídica de los grandes proyectos de desarrollo del país y, por lo tanto, en una manifestación ilegitima del poder de un pueblo enceguecido por su ignorancia y su poca visión de futuro.
Los discursos y narrativas oficiales han terminado por presentar el ejercicio de la ciudadanía como si fuese un arma contra la seguridad jurídica de los grandes proyectos de desarrollo del país y, por lo tanto, en una manifestación ilegitima del poder de un pueblo enceguecido por su ignorancia y su poca visión de futuro.
Las consultas populares, las mingas indígenas y las demás manifestaciones
de resistencia pacífica contra el extractivismo envían un mensaje común: la
democracia es un sistema político y no tecnocrático, y el derecho de la
ciudadanía a participar en las decisiones que afectan sus destinos no se reserva a
una élite educada y con conocimientos altamente sofisticados, sino que es un derecho universal, reconocido a todos por
igual, porque responde a preocupaciones políticas sobre la sostenibilidad de mundos
diversos, adecuados histórica y culturalmente a realidades más constatables que
las proyecciones teóricas o técnicas.
El debate que hay que dar en el país, con urgencia, debe visibilizar la
incompatibilidad entre la tecnocracia -que niega el principio de igualdad en el
derecho a participar efectivamente en las decisiones sobre los destinos ciudadanos-, y la
democracia como sistema político -que se nutre de reglas de juego formales para
la transparencia de las dinámicas públicas, pero también de reglas juego
sustantivas que aseguran que el único norte y la última frontera para ejercicio
de la función pública están determinados por los derechos constitucionales de
las personas-.
Urge un debate sobre la necesidad de re-politizar la economía, uno que
rescate la urgencia de que la ciudadanía recupere el control de las
decisiones sobre los modelos económicos a los que sirven las actuaciones del
poder público. Y, urge también un debate
acerca de la necesidad de re-politizar el derecho, que ha sido alejado de los
principios sociales y pro homine y, a
cambio, obedece a lógicas ajenas a la finalidad que lo inspira.
Los usos del Derecho que han permitido dar impulso a modelos económicos
capaces de crecer a costa del bienestar cultural, del arraigo social y de
patrimonio ecológico de las comunidades, están soportados en una regresión: la recuperación de
la artificial necesidad de proteger a ultranza el principio de la seguridad
jurídica de la inversión privada, el último bastión del liberalismo individualista.
El Derecho, como lo conocemos, ha sido la construcción social más
importante en la historia de los últimos dos siglos, porque se pensó como
instrumento capaz de ofrecer fórmulas para equilibrar las relaciones de
desventaja, para evitar la dominación y asegurar libertad e igualdad en la vida
en comunidad. Pero los usos del Derecho
al servicio del egoísmo alteran su esencia, porque lo reducen a las ecuaciones
del economicismo y le niegan su naturaleza política.
Si no hacemos caso a los llamados democráticos de las resistencias
pacíficas, organizadas y hasta canalizadas en instrumentos constitucionales, si
no re-politizamos la economía y el derecho que le sirve de escudo, asistiremos
a los funerales de los que fueron nuestros sueños de futuro como comunidad.
El sometimiento del Derecho a los mandatos del crecimiento económico-a-toda-costa,
la enajenación de los poderes ciudadanos, la sumisión de las libertades y el
gobierno antidemocrático de tecnócratas salvadores,
constituirán, a cambio, nuestro único panorama.
Cuando sea ése el horizonte que veamos, entonces diremos: la minería fue el
detonante. La resistencia fue la alarma.
Y la sordera, la condena.
They’re beating people on the streets (and I’m so lazy)
No one has nothing to eat (and I’m so lazy)
Nothing ever seems to change
All the stars have the same name
I would love to fix this world but I’m so lazy…
so lazy…
And I would write another verse but I’m so lazy
Life just can’t get any worse and I’m so lazy
Some may say ‘the end is near!’
But it’s only one more year.
And I would love to live in fear but I’m so lazy…
So hang out with me, we’ll watch the trees
and yawn ‘till dawn, and never sleep…
Just hang out with me, enjoy the breeze
we’ll make believe the whole world’s lazy,
so lazy, so lazy, yeah!
So hang out with me…
Though some may say ‘the end is near!’
It’s just the end of one more year…
Kevin Johansen
Guacamole