En cada lugar, identificaba al hombre casado más feo y rico, lo seducía e invitaba a generosos banquetes sexuales. Cuando moría el elegido, ella se iba al siguiente pueblo, rogando a San Judas Tadeo que la herencia de la viuda fuese jugosa para compensar el amor ciego y abnegado que le había permitido soportar la fealdad e infidelidad del marido. Una Justiciera religiosa, puta y sanguinaria. Pero muda.
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