viernes, abril 24, 2009

tears won't help




Últimamente he vuelto a soñar.
He soñado con un mar en el que no podía hundirme, el agua tenía una cáscara, era un material raro, entre pastillaje dulce y un tapete plástico, el viento no labraba las líneas del agua. No me hundía pero tampoco podía nadar. Me horroricé. Preferí escalar un inmenso barco y quedarme colgada de la proa. Veía lejos, en la superficie de barco, a mi compañero haciendo fotos del horizonte. Quise que viera que el agua no era agua.
Pero no pude.

Mi amigo F. también ha vuelto a soñar.
Me escribió:

...anoche soñé que vivía en una casa miserable y que un mendigo, sucio y borracho, me engañaba con una voz conocida para que le abriera la puerta. Lo hice, pero al advertir quien era cerré rápidamente y lo dejé fuera. A la mañana siguiente estaba muerto junto a la casa. Muerto de frío. Me desperté con un susto, eran las tres, y no he vuelto a dormirme.


Me aterró su sueño, sobre todo en la parte en que me pareció que quien moría era él.
"No te encierres por dentro de tu casa si te puedes morir de remordimiento" , fue la moraleja que me disparó mi católico subconsciente.
Volví a leer y me pareció igual de aterrador el sueño. Aunque esa vez él mataba al mendigo. Igual de bíblico. El homicidio por egoísmo y miedo a la suciedad ajena lo condenó a la vigilia.

Los sueños son así. Sacan de uno lo que uno jamás querría.
Recordarlos obliga a reconocer las propias miserias.
Contarlos es otra cosa. Es salir a pasear en calzoncillos y calcetines apolillados.

Es cierto, de cerca nadie es normal.