Ya se sabe que para matar los peores demonios, toca morirse un poquito.
En las penas más profundas, cada uno tiene su escena íntima para morir.
El peor martirio no es caer en la profunda oscuridad de la propia muerte;
tampoco es la maldita incertidumbre de la agonía.
Lo que martiriza más es no saber cómo viven los otros su muertecita personal...
o la de uno
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