viernes, enero 26, 2007
intersecciones
El 5 de enero, cuando volvía del trabajo al medio día, en la estación de Sol subió una horda de gente protegida en exceso de un frío que no ha llegado todavía y llena de paquetes de regalos. Entre la montonera había un hombre como de treinta y pocos años, de raza negra, también con un paquete de una tienda de esas que venden muchas prendas igualitas a bajos precios. Se sentó a mi lado, puso su bolsa en el piso, me miró y se agachó hacia el paquete nuevamente, lo recogió diciendo algo entre dientes que no entendí.
Con la bolsa en las piernas me dijo, Es que necesito que veas esto, como eres chica... Sacó un par de zapatos de mujer, inmensos, negros, como forrados de arenitas brillantes, muy escotados en el empeine, planos y con un lazo en la parte de adelante. Los puso sobre sus rodillas y señaló los moños de cada zapato con su dedo índice. Dejó el dedo en el zapato izquierdo y me preguntó, Esto está mal, ¿verdad? Le dije que sí, que me parecía que el moñito de ese zapato estaba pegado al revés, con los dobleces hacia arriba.
Me explico, La vendedora dijo que no importaba, pero yo creo que me engañó porque soy chico, por eso te pregunto a ti, que eres chica… entenderás más... esto es para "madre", mujer de más de cincuenta años; ella se va a fijar.
Yo creía que sí, que ella se iba a dar cuenta, aunque le hice saber que no era un defecto grave, pero le dije que si llevaba el recibo le devolverían el dinero. Él asintió con la cabeza, me dijo que mejor iba a hacer el cambio porque si no, la madre iba a pensar que había ido a comprar un zapato en una tienda y el otro en otra, y no era así. Además le habían costado 30€ ; bastante. Pero eso no era lo peor. Lo más perturbador según me explicó, era que sabía que no habría otro par de esa talla tan grande y que su madre –como suele pasarle con todas la mujeres- lo había enredado con demasiadas especificaciones: ella quería zapatos de tacón y esos eran planos como una abarca, los necesitaba claros y estos eran negros como la noche, se los pidió de piel y estos eran de lo que eran… en fin, no sabía qué hacer porque viajaría a verla al otro día. No tenía más tiempo.
Me mordí la uña con la que le quería sacar un ojo a la niñita embaucadora de la tienda y, como hacen las señoras costeñas con las vueltas del mercado, me la guardé en el sostén y le sonreí a mi vecino. En un derroche de autocontensión, le dije que aunque no pudiera cambiarlos a "Madre" le gustarían, que estaban lindos y elegantes. Que lo del lacito era un defecto menor.
Ya llegaba mi parada. Nos despedimos y él guardó los zapatos en su bolsa. Se quedó sonriente.
Todo el fin de semana pensé en él y en la cara que pondría su mamá al recibir el desacertado regalo de su hijo emigrante y prometedor, colocado como un inserto mudo entre dos encuadres del cortometraje que contaba su incursión, novata y torpe, en la dinámica del consumo.
También pensé que él era mi primer regalo del año. Mi primer personaje de postalita. Y que posiblemente yo era para él algo parecido. Que ambos nos enzarzamos en esa conversación absurda sólo para acompañarnos en algún lote deshabitado de la burbuja de cada uno.
Aunque no hubo desnudeces ni ratos de intimidad, el suceso me recordó En camas separadas, el corto en que un hombre (Joan Dalmau) y una mujer (Lola Dueñas) se encuentran en un vagón solitario del metro, a última hora del día. Él, ya mayor, la mira fijamente y luego le dice que se parece a su esposa. Su esposa ha muerto hace mucho. Ahora no sé muy bien, creo que justo en la noche de bodas o algo así. Ella se siente halagada. Él, después de un rato de conversar y de enseñarle una foto de su supuesta difunta mujer, le pide a ella que le muestre una teta. Ella se descubre un rato. El metro se deitene, como es su parada, se baja. Es coja. Él llega a su casa; su esposa lo espera sin ansiedad. Se acuestan en camas separadas y él le cuenta que vio en el metro a una mujer igual a ella cuando era joven.
Enero 8 de 2007
Madrid